Para finalizar las eternas fiestas bajomedievales de esta ciudad del centro norte italiano se hace algo muy típico en el país transalpino: una serie de carreras donde cada palio defiende sus colores por última vez.
Las carreras contienen cuatro categorías: puttos, puttas (antes de que os echéis las manos a la cabeza aclaro que en italiano significa: angelotes y angelotas, es decir: niños y niñas), asnos y caballos. La carrera se disputa en un parque famoso (donde los estudiantes hacen como que estudian pero en realidad toman el sol) donde antiguamente existía un circo romano y por tanto tiene la correspondiente forma elíptica tan propicia para celebrar tal evento 'atlético'.
Temerosos de que fuera un acontecimiento tan espectacular como la final de un mundial decidimos no dormirnos en los laureles y acercarnos una hora antes de que empezara todo. Primer error: había gente pero no era imposible encontrar sitio. Pagamos nuestro exceso de prudencia con un sol de justicia. El segundo error que cometimos fue no imaginarnos que antes de empezar las carreras el comité de fiestas no desaprovecharía la ocasión para que los 'contrades' (algo así como las peñas de cada barrio) hicieran el enésimo desfile del mes. Todos ataviados como extras de una película del rey Arturo (el de verdad, no el de 'Los caballeros de la mesa cuadrada').
Por fin, a eso de las cinco de la tarde (al organizador le tuvo que gustar el poema de García Lorca) comenzó la primera carrera: la de los puttos, es decir los 'angelotes'. Aquello sonaba un poco a risa. Había unos niños que no sobresalían dos palmos del suelo y otros que ya usaba una gillete Match 4 por lo menos. Y solo dos vueltitas ¡Dos vueltas! Después de esperar dos horas al sol, nos supo a poco. Por lo menos el 'angelote' de mi barrio no quedó último (en las demás competiciones y exhibiciones, mi barrio ha quedado ultmísimo). Inmediatamente empezó la carrera de las 'angelotas'. Nuevamente conseguimos evitar el último puesto. La que ganó, del barrio de los arquitectos, tuvo que hacerlo de forma inesperada, porque toda su contrada (que se encontraba al lado de donde nosotros estábamos) saltó a la pista como si acabasen de ganar el mundial de puttas. Ni uno solo quedó en la grada.
Demasiado felices nos las prometíamos si queríamos acabar con tiempo suficiente para hacer una previa antes del partido clave en el que la Unión Deportiva Salamanca se jugaba no descender. Los de la organización decidieron que había que exhibir el nuevo tractor de arar que uno se había comprado y se pasó una hora y media dando vueltas por la pista. Al principio le hacíamos la ola. Luego ya no. Además no saludaba.
Por fin llegó la carrera de asnos. Unos asnos que no eran de raza española. Yo creo que eran de raza aria porque eran bien altos. Parecían mulas. Aquí por fin mi barrio rascó metal. Un humilde bronce que sabe a gloria. Por fin no éramos ni los últimos, ni los penúltimos ni los antepenúltimos. Ahí es nada. La carrera de burros se hizo de rogar. Después de tres salidas en falso, y dos caídas del jinete del asno de la contrade verde-amarilla pudo empezar. El asno de la mencionada contrada verde-amarilla hizo huelga y se negó a correr. Los erasmus de este barrio aseguran que le habían echado 'droja nel colacao'.
Por fin la traca final. La carrera de caballos (después de otro buen rato esperando a que el tractor dejara de exhibirse). Aquí hay algo que no entiendo. El jinete de mi barrio salió tres metros por detrás del resto. Menos mal que se nota que el muchacho tenía maña y no acabó último (y si mal no recuerdo, tampoco penúltimo ni antepenúltimo), pero desde luego no hizo podio. Esta carrera fue, sin embargo, impresionante. Oir retumbar el suelo conforme vienen 8 caballos al galope es algo hipnótico. La gente estaba excitadísima. Todos chillabamos y animábamos:
-¡Vamos! ¡Daleeee, daleee! ¡Más deprisa! ¡Sí, sí! (esto no es un orgasmo).
Y por encima de todo este jaleo se alzó un grito gutural y primigenio:
-¡HIJO DE PUTAAAAAAA, NO LE PEGUEEEEEEES!
Parece ser que La chica que va de acá para allá no está muy de acuerdo con las tácticas empleadas por los jockeys (o duendecillos) para azuzar a los caballos. Menos mal que no decidió azuzarles ella con la zapatilla.
1 comentario:
Mientras leí esto ayer, creí morir de risa comiendo pistachos, que ni San Pedro me dejó bajar a la tierra a comentar en esta entrada.
*Creí morir no sé si es correcto o no, así que filologos/as estais en vuestro derecho de matadme, sin embargo os aplicarán despues el artículo 138 del Código Penal, ala tanto que os gusta leer, a buscarlo:).
Besicos!:)
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