Cuando volví de mi estancia Erasmus en Ferrara, tenía un sentimiento encontrado. Por una parte deseaba regresar a casa. Disfrutar de un verano de no hacer nada, ya que por primera vez en casi una década no tenía que estudiar para septiembre. Por otro lado, la sensación de nostalgia, que me ha sobrevenido en varias ocasiones desde aquel julio de 2011, por una época que tenía claro que echaría de menos. Echaría de menos el paisaje italiano. Donde cualquier pequeño pueblo es patrimonio de la humanidad, con minúscula y puede llegar a ser considerado Patrimonio de la Humanidad, con mayúscula, por la UNESCO, como le ocurría a mi añorada Ferrara (debo ser de los pocos que todavía no ha regresado). Echaría de menos ir de una punta a otra de la ciudad en bicicleta. Quedar para jugar un partidito de fútbol sala. Echaría de menos coger cualquier tren y conocer Ravena, Venecia, Padua, Mantua o Verona, por ejemplo. Echaría de menos vivir con La chica que va de acá para allá, aunque volveremos a vivir juntos. Y sobre todo echaría de menos a la gente. Porque las ciudades me sobrevivirán. Porque con La chica que va a de acá para allá, afortunadamente voy a poder compartir muchísimas mañanas de despertarnos juntos. Porque al fin y al cabo hoy en día las ciudades tienden a tener servicio de bicicletas para moverse. Pero la gente. Bueno, la gente no siempre está ahí. Conoces a muchas personas y con algunas llegas a intimar más y realmente se les echa de menos.
No voy a entrar a valorar a quien echo de menos más a menudo. Aunque me viene a la cabeza alguna persona que me lo preguntaría insistentemente, claro. Pero después de que Víctor y Germán vinieran a verme el fin de semana del mes de mayo del año pasado, no había vuelto a coincidir con nadie del año en Ferrara, salvo de pasada. Así que desde finales del verano estábamos intentando quedar para reunirnos nuevamente y reverdecer viejas conversaciones pendientes. Primero intentamos vernos para la feria de Salamanca. No pudo ser. Después intentamos vernos para la feria de Albacete, no pude ser. Uno a uno, fueron pasando los puentes de otoño sin posibilidad de vernos. Compromisos familiares o falta de dinero nos lo impedían. Y así, hasta que terminada la Semana Santa llegó la oportunidad de vernos en Madrid. Nosotros tres y Javi, que estudia arquitectura en la capital. Cuatro mejor que tres. Destacando la aparición especial de Alberto y señora, que estaban en la ciudad eligiendo destino para sus respectivas residencias en la sanidad española.
Este viaje fue inaugurado a golpe de pinta de cerveza a un euro. A tan solo veinticinco pasos del Congreso de los Diputados. Aunque primeramente el punto de reunión fue la zona de llegadas de Atocha Renfe, donde un doble de Víctor, más regordete que él, fue recibido con los honores reservados para el verdadero Víctor. Decía, pues que iniciamos un cerveceo terracil importante. Y que conviene recordar que tras el cerveceo, a Javi le entró hipo y no se le fue en todo el día. Fuimos a comer al Burger King McDonalds. A la hora de la siesta las cervezas iban haciendo su efecto (nos movimos entre el litro y medio y los dos litros de agua de cebada por barba) y fue justo cuando decidimos que era el mejor momento para ver el Museo Nacional del Prado. Donde pude hacer servir, por fin, mi condición de desempleado y entré gratis a la pinacoteca. Recuerdo que cuando vi el Descenso de la Cruz de Van der Weyden se me emborronaba un pelín la vista. Pero solo un pelín, ejem. A Víctor, a Javi y Germán, amantísimos del arte, les gustó la visita. Destacan especialmente a tres asiáticas que fueron persiguiendo de sala en sala, sin al parecer los resultados esperados. Mientras tanto, yo mentalmente intentaba hacer valer mi licenciatura en Historia del Arte y recordar las lecciones aprendidas sobre los cuadros vistos. Mi conclusión es que bebí demasiada cerveza.
Tras recorrernos el Prado fuimos al piso de la familia de Germán. Cuartel general de operaciones establecido. Situado en la periferia del barrio Salamanca (curiosamente Germán es oriundo de la misma ciudad de Salamanca), al lado de Las Ventas, ese matadero, digo esa plaza de toros tan famosa. Víctor y yo buscamos como locos sendas sucursales de nuestros respectivos bancos. Las encontramos. Las encontramos cuando ya habíamos sacado dinero en otro lado y nos habían clavado una comisión generosa por nuestra parte. Compramos la cena y para hacernos bocadillos porque días antes (en realidad solo un día antes) habíamos comprado entradas para el Real Madrid-Maccabi Electra de los cuartos de final de la Euroliga de baloncesto. Vimos el partido superbien, por las pantallas. Germán me pide que destaque la actuación de las cheerleaders. Que le pusieron el cuerpo rumbero y no dejó de bailar al ritmo de tan magnas coreografías en cada tiempo muerto. Víctor dice que recuerde que vio pasar a Helen Lindes, la novia de Rudy Fernández. Este hecho hizo plantearse a Germán su vida y por qué cojones él no sale con una que fuera Miss España. "Demasiado guapo", le oí concluir al cabo de unos minutos. Tras el partido nos fuimos a cenar. Tras cenar nos pusimos con el debate del estado de la nación. Que fue tan intenso que decidieron, decidimos quedarnos en casa y no salir de fiesta. Germán puso de fondo porno mal doblado.
Lo tuvimos que quitar porque nos distraía de la conversación.
Conversación destacada del primer día:
Germán: -Javi, ¿vamos al Buda?
Javi: (mirada perdida al frente, ojos vidriosos, hipo insistente)
Germán: ¡Javi! ¡Qué si vamos al Buda!
Javi: (volviendo la cara hacía Germán, agobiado por el hipo, como si no le conociera) ¿Qué Buda? ¿Qué dices?
Germán siguió a lo suyo, que eran las cheerleaders y Javi murió por hipo mientras seguía preguntándose que era eso del 'Buda'. Durante unas horas al menos.
FIN DE LA PRIMERA PARTE.
PD: Personalmente doy las gracias a Guillermo y familia por ofrecerme su habitual hospitalidad y acogerme la tarde del jueves. La próxima vez que vaya os dedicaré toda mi estancia como merece. besos y abrazos.