Las fiestas de verano son un ineludible pasaje en la cotidianidad y rutina que asola los veranos de este, nuestro país. Hay un estudio que dice que desde primeros del mes de Junio hasta finales del mes de Septiembre puedes recorrerte España de punta a punta recalando todos los días en un pueblo que se encuentra de fiestas y verbenas.
En mi pueblo este maravilloso evento acontece a finales del mes de Julio. Normalmente el 'explotío' final es el último fin de semana y es entonces cuando todo el mundo da lo mejor de si mismo en pro de unas mejores fiestas patronales. Y aquí es donde yo, siempre observador, nunca observado (desearía), entro a analizar varias cosas:
Primera: no hay una sola discobarraca que ponga música decente. Se salva una con un aprobado pelado por aquello de no poner demasiada tralla, pero tienen el mismo disco desde 1999 y el tipo que está en la cabina de DJ, en realidad lo que hace es beberse cubatas tranquilamente mientras ojea porno de su revista favorita (seguramente también de 1999, pues los nostálgicos son así).
Segunda: hay un nivel alopécico galopante y abundante entre la población masculina de mi pueblo que comprende las edades 22-32 años que no es normal. Recordad niños, las drogas te dejan calvo (y un poco gilipollas también).
Tercera: hay demasiado peterpan suelto por el mundo. Ten un poco de respeto por ti mismo y no sigas vistiendo a los 35 como si tuvieras 22 años. Sentirse joven: vale. Salir de marcha: bien. Hacerse la 'u' o 'cenicero' en la cabeza: ¡oh dios, no!
Cuarta: Desde que tengo uso de razón ha ido creciendo en mi una aversión cada vez mayor hacia mi pueblo. Y en sus fiestas la cosa aumenta hasta niveles exagerados. Demasiados espectros del pasado juntos en un mismo lugar. Será que soy un anti-social que no mantiene relación con nadie o casi nadie y le da pavor que algún antiguo compañero de clase se le acerque a saludar. Brrrr, tiemblo solo de pensarlo.
Quinta: Los canis son como la Coca-cola. Hay para todos los gustos. De todos los tamaños. De todos los sexos. Y hasta de todos los colores (esto se observa más en sus vehículos y sus pastillitas motivadoras de alegría y jolgorio). Y en mi pueblo abunda la especie poligonera y la cosa va a más. Porque poligonero un día, poligonero toda la vida. Y claro, se van acumulando y así no hay dios que salga a la calle sin que te tronen la cabeza.
Sexta y última: Esta noche no vuelvo. Necesitaría demasiado alcohol para aguantar con un mínimo de firmeza este espectáculo de vida y humanidad que son las fiestas de mi pueblo.