A La chica que va de acá para allá nunca le había gustado cocinar. Durante sus anteriores años en la Universidad de Murcia solía llevarse tuppers de casa de su madre repletos de guisados diversos con los que alimentarse a lo largo de la semana. Este curso, ante la imposibilidad de poder llevar a cabo tal estrategia alimenticia tuvo que hacer de tripas corazón y aprender a hacer algunas de las recetas de su madre (por lo general La chica que va de acá para allá es la chef jefe y yo el pinche que corta las verduras).
Al final el roce hace el cariño y de tanto cocinar le ha cogido una pequeña afición. Cuando estuvimos en Roma recogió unas cuantas recetas para investigar como dice ella. Una de esas recetas era la de una empanada rellena de tomate, atún y huevo. Dicha empanada precisa de ser cocida al horno. La chica que va de acá para allá fiel a su estilo perfeccionista no quiso dejar nada al azar y bajo la empanada puso papel de horno para que nada se manchara. Pero claro. Además de perfeccionista es exigente. Y ella a sus comidas les exige que no manchen. Y si no está segura pone protección doble. Así que puso una capa doble de papel de horno. Todo muy bien dobladito.
Pasada media hora la empanada estaba casi hecha. Solo faltaba darle la vuelta para que se dorara un poquito más por debajo. Con una mano cogió la paleta para sacar la empanada, con la otra un tenedor para comprobar que estaba hecha, y con la otra...Como no tiene tres manos me llamó a mi:
-Nene, ven y ayúdame que no puedo. Dale tu la vuelta. Con cuidado.
Una mano por aquí otra por allá cogimos como pudimos la empanada (la puerta del horno no son precisamente las puertas del templo de Ishtar así que no disponíamos de mucha amplitud). La chica que va de acá para allá se iba poniendo más nerviosa por momentos:
-Con cuidado. Con cuidado. ¡Con cuidado, leñe!
En esas, ni cuidado ni leche. Cuando le dimos la vuelta a la empanada el papel doble para que no se manchara ni un milimetro de horno de más se desdobló. Atraído por la física más elemental se fue hacia arriba, directo a los quemadores del horno.
Y se prendió.
La chica que va de acá para allá, como buena voluntaria de la Cruz Roja mantuvo la calma ante todo:
-¡Ahhh! ¡Mierda! ¡Mierdaaa!
-Pero...¡No sueltes el papel que se quema el horno!
Yo intentaba soplar para apagar mientras a ella se le notaban ya un poquito los nervios.
-¡MIERDAAAAAAA! ¡LA EMPANADAAAAA! ¡NENEEE, LA EMPANADAAAAAA!
-¡No me chilles que no puedo pensar!
Entonces conseguí apagar el papel y le dije:
-¿Ves? Ya está. No hay que perder la calma nunc...
-¡Se ha vuelto a prender!
-¡MIERDAAAA!
Saqué el papel (con la empanada encima) del horno de un tirón. La empanada dio un mortal sobre el aire y cayó sobre la puerta del horno. El papel, ardiendo, al suelo. Yo cogí la alfombra y comencé a sacudirla sobre el papel del horno. La chica que va de acá para allá repetia su mantra a la vez que daba pequeños saltitos:
-¡LA EMPANADAAAAA! ¡LA EMPANADAAAAA!
-¡Qué le den por saco a la empanada! ¿Y si se llega a quemar la casa?
-Claro...Cómo tú no te has pasado la mañana haciendo la empanada...
Epílogo:
Nos comimos la empanada. La chica que va de acá para allá asegura que estaba riquísima.