martes, 15 de noviembre de 2011

Yo y las leyes de la Física

Mi madre celebró el pasado puente de Todos los Santos su cumpleaños. A tan magno evento asistieron, madre, padre, Mirmana, cuñado, tíos, primos y como no La chica que va de acá para allá. El menú consistió en una saludable parrillada donde había más grasa que en un taller. Para chuparse los dedos, oiga.
Metidos en barrena y con los dedos ocupados entre longanizas y morcillas surgió a la luz un tema bastante recurrente en mi familia: recordar las locuras que hice en mi alocada niñez. Entre esos hechos por los que ningún jurado justo me condenaría siempre destacan lo malo que era para comer y las tretas que usaba para no comerme la comida: saltar por la ventana de la galería de mi casa para depositar los restos en la basura, tirar el vaso de leche por el patio de luces por las noches (antes de cumplir los siete años yo creía firmemente que el patio de luces era similar a un pozo sin fondo) o, sin ir más lejos, cerrar el gaznate y hacer huelga de hambre. Tales actos de rebeldía eran sagazmente reprimidos, cual revolución decimonónica española, con dos sopapos contundentes.

No todo fue rebeldía en mi niñez. Aceptaba de buen grado mi trabajo por horas de recadero familiar: comprar el pan, ir a la verdulería (que lo odiaba porque la verdulera siempre me gastaba bromas) o al supermercado. Entre estas tareas gustosamente accedía a llevarle a mi abuela el pan o el tupper con el cocido de turno que mi madre le había apartado del que había hecho para casa. Fue por entonces cuando me aficioné a las leyes de la Física y descubrí la Fuerza centrífuga mediante la cual si daba vueltas muy rápidamente a la bolsa en la que llevaba el cocido este no se caía. No obstante, descubrí otra ley de la naturaleza. Más concretamente de la naturaleza humana. La cual demuestra que los pioneros y los innovadores no suelen ser bien recibidos por la sociedad. Mi abuela, que a su edad pocas ganas tendría de saber quien era esa Física (cuyos padres no conocía, y si no conocía a sus padres poco bueno se podría decir de ella) intentaba desalentarme en mis experimentos científicos al grito de:

"¡Demonio de crío! ¿Pos no viene dándole vueltas a la bolsa dende su casa por tol camino? ¡Deja de darle vueltas al cocío que me lo vas a volcaaar!".


Si es que... siempre fui un incomprendido.

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