A principios del curso que ha terminado tenía por objetivo aprobar doce asignaturas para finiquitar la carrera y ponerme a otra cosa, mariposa, que ya estaba bien.
Ha sido un curso duro. No porque haya pasado nada demasiado trascendental, no. Si no porque he necesitado tener un nivel de concentración que jamás en la vida he sido capaz de conseguir. Ni cuando estaba en el colegio (¡ja!), ni cuando estaba en el instituto (¡ja!, ¡ja!), ni en los anteriores ocho años universitarios que he vivido (¡ja!, ¡ja! y ¡ja!). Y dice La chica que va de acá para allá, y me temo que tiene razón, que si en esos ocho años (al menos, los cinco últimos) hubiera estado concentrado como lo he estado este año no me habría hecho falta estar este año tan concentrado y me habría ahorrado muchos Septiembres. Y no digo yo que no. Pero en lo que La chica que va de acá para allá no cae es que si cambio algo de lo ocurrido en esos últimos ocho años, sobre todo de los últimos cinco no estaría donde estoy ahora. No me habría ido de Erasmus un año con ella y puede que ni la hubiera conocido (imagínense que hubiera aprobado las correspondientes asignaturas de la carrera de Historia que empecé....-música de Psicosis-).
El caso es que he aquí que me veo a las puertas de la guarida del dragón. Después de tantas vueltas. Después de haber sido capaz de superar mil y un obstáculos. Después de tantos años, tanta gente que ha pasado por mi vida. Solo me queda un dragón de tres cabezas para poder llamarme licenciado. Y me cuesta creerlo. Imaginarlo. Porque cuando consiga matar a ese dragón habré finiquitado el asunto, el problema, la 'cosa', mas difícil a la que nunca yo me he enfrentado. Y sé que si hubiera estado más concentrado habría sido más fácil. Pero prometo que no he sido capaz de estar más concentrado hasta este año. Porque en esta carrera, dejando el asunto académico de lado, he sido feliz. En Murcia, de la que recogí ayer mis cosas he sido muy feliz, que cojones. Y siendo feliz es difícil concentrarse en las obligaciones, si no son estas las que te hacen feliz. Y este año he tenido que dejar de lado ser feliz para poder terminar algo que debía terminar.
Pero afrontando el asunto académico no he sido feliz. La terrible realidad es que yo no valgo para estudiar. Y esa losa ha pesado demasiadas veces y me ha atemorizado otras tantas. Y ahora que casi he terminado no he podido evitar llorar. Llorar por el esfuerzo gastado. Por la rabia contenida. Llorar porque llego al final. Llorar por las personas que se han dejado mucho para que yo llegue aquí. Llorar porque no hay nada mejor que superarse a uno mismo. Y luego reír. Reír por las victorias pasadas y la que está por llegar. Reír por lo bien que nos lo hemos pasado. Reír porque de esta experiencia de vida (pese a lo que una profesora italiana se piense que es la Universidad) he aprendido cosas vitales, he conocido gente que anida en mi como personajes de la mejor novela que me haya leído. Reír porque tengo un sitio al que regresar.
Reír porque no tengo miedo. Con la que está cayendo y yo no tengo miedo. Y no va a ser fácil, pero no tengo miedo. Y habrá quien me diga "deberías tener miedo pues hay más dragones fuera". Pero hoy no.
Y me da igual lo que vaya a ocurrir a partir de ahora. Al final habrá un dragón con el que no pueda. Uno con demasiadas cabezas, que se regeneren cada vez que las cortes.
Pero hoy no tengo miedo.
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