miércoles, 17 de abril de 2013

Poggio Rusco guys: Madrid 2013 (epílogo)

Conversación destacada del día: 

De vuelta de fiesta el domingo, pasadas las seis de la mañana nos encontramos en el metro numerosas personas. Entre ellas una chica rubia de pie, apoyada en una de las barras del metro; dos chavales bastante capullos sentados que no dejan de gritarle cosas; un señor de mediana edad y nosotros.

Capullo nº1: -¡Rubiaaaa! ¡Eh, rubiaaa!
Capullo nº 2: -¡Quién fuera barra, rubiaaaa!
Capullo nº1: -¡Rubiaaaa! ¡Rubiaaaa!
Capullo nº2: -¡Ayy, rubiaaaa, ayy!

Bueno , y así un buen rato, hasta que entra en escena el señor de mediana edad dirigiéndose a los dos capullos)

Señor: -A ver si nos vamos callando y dejamos a la chica en paz, tonto la polla.
Capullo nº1: -¡Ehhh! ¡Eehhh! A mi no me insultes. Un poco de respeto ¡RESPETO!
Señor: -Ten tú respeto que no estás demostrando nada.
Capullo nº2: -A ver si nos vamos a levantar y soltamos unas cuantas hostias.

(Víctor interviene)

Víctor: -Nos vamos callando ya ¿no? Ya está bien de molestar a la chica.

(Y aquí no acabó la cosa. Duró unos cuantos minutos más. Pero yo entonces tenía sueño y no presté mucha más atención. Y ahora tengo hambre y voy a hacerme la comida.)

FIN.



martes, 16 de abril de 2013

Poggio Rusco guys: Madrid 2013 (Parte 2)

Cansados del ajetreo del día anterior, nos levantamos la mañana del sábado con bastante tranquilidad. Nada más amanecer Javi se había marchado porque tenía ensayo con su coro. O eso decía él, porque nos mandó fotos de la macro comida que se metió entre pecho y espalda. Víctor, Germán y yo, por nuestra parte, quedamos en ir a comer al KFC con un amigo de Germán que trabaja en la embajada de Corea. Se nos sentó al lado un asiático. Bueno, se sentó al lado de Víctor, y todavía no tengo claro si le interesaba nuestra conversación sobre comercio internacional o quería pedirle patatuelas a Víctor, porque en una de esas nos giramos y casi tenía la cabeza (que no era pequeña, todo hay que decirlo) en el cubo de pollo frito que nos habíamos pedido para los cuatro. Cuando por fin se marchó casi la lía parda con las sillas, las mesas, nuestras chaquetas, su chaqueta, el carrito de bebé de una familia que se sentaba a su otro lado. Si yo fuera el encargado del KFC le hubiera tomado la matrícula para sentarlo en un sitio preferente la próxima vez, pero bien solito.
Con el pollo frito dando vueltas por nuestro sistema digestivo cumplimos el deseo de Germán de ir al Jardín Real Botánico, situado en el paseo del Prado. Hay que decir que fue una visita altamente instructiva, guiada por Germán y secundada por su amigo, quienes aún recordaban muchas de las cosas que aprendieron en clase de botánica. Aprendí que la flor de todas las plantas leguminosas tienen forma de nave, con su vela mayor, y su mascarón de proa; que del tejo (un árbol al parecer muy escaso en España porque todos los ejemplares se encuentran en el jardín botánico de Madrid) se extraen anti-cancerígenos y que en el jardín botánico cuando no saben que nombre ponerle a una planta la llaman Camellia Japonica y santas pascuas. Terminada la visita nos fuimos a tomar una cerveza al tiempo que acompañamos al amigo de Germán a comprar unos pasteles para un evento social que tenía esa noche. En algún momento que yo me perdí debieron hablar entre ellos de ver la zona (in)noble de Madrid. Pasamos por la calle Génova, donde se emplaza Minas Morgul, o lo que es lo mismo: la sede del PP. Víctor se hizo una foto haciéndole una peineta y yo pegué un mocarro en la pared. Poco más pudimos hacer en favor de una revolución, pues había como veinte policías nacionales y dos furgonas aparcadas en la entrada.  Seguimos subiendo calles, hasta que Germán comenzó quejarse de que el cuerpo le pedía una cerveza. Pero el primer bar en el que paramos le pareció que el agua de cebada estaría a precio putas, y continuamos en busca de un bar decente. Finalmente cerca de la parada de metro de Iglesia encontramos uno a 3 euros la caña doble (que en ese bar es una caña normal), así que no quiero pensar cuan caro nos habría costado en el anterior bar. Tras hacer un repaso por las discotecas, pubs y afters que podíamos visitar esa noche nos despedimos de Vidal, el amigo de Germán y continuamos nuestro camino para casa. Bajamos en Ventas cargados de cena y suministro para esa noche. Cenamos mientras veíamos un reality-show de la MTV que trataba de como un tío había estado cuatro años chateando con una mujer que se supone que era transexual. El tío le había mandado a ella fotos de su primo que estaba más bueno y le había dicho que se llamaba de otra forma. Finalmente contacta con el programa porque quiere conocerla y decirle la verdad. Antes de todo eso se arma de valor y le confiesa a su mejor amigo que le pone mucho una mujer con la que lleva chateando cuatro años y a la que le es fiel desde entonces y que tiene la pequeña particularidad de que antes era un hombre. Finalmente cuando la conoce resulta que ella ha sido mujer desde que nació. Entonces él comienza a perder el interés porque lo que le daba morbo es que fuera medio hombre y medio mujer porque en realidad es bisexual y así tiene dos en uno. No me enteré como acababa el programa porque Germán, asqueado por ese tipo de programas nos cambió a Los Simpsons.
Cenados y duchados llegó Javi. A eso de la 01.30h cogimos el metro en Manuel Becerra y nos bajamos en Noviciado. Víctor y yo teníamos tantas ganas de mear que decidimos hacerlo en el primer portal. A mitad de la micción oí como alguien con voz autoritaria abroncaba a Víctor y a otro chaval ajeno a nosotros y me instaba a que dejara de mear. Resulta que estábamos regando el Ministerio de Justicia. Y yo vale, porque soy un simple licenciado en Historia del Arte muerto de hambre, pero ya le vale a Víctor, letrado que estudia para ser juez. El Guardia Civil nos preguntó si es que no había bares y yo entendía que si veníamos de bares y claro yo le contestaba negativamente y el se encendía más. Hasta que por fin entendí lo que decía y tuve que darle la razón. Porque claro, estamos en España y otra cosa no, pero bares hay para dar y vender. Precisamente un tío mío tiene uno, así que cómo no va a haber bares. Pues claro que hay. Dos minutos después el Guardia Civil nos dejó marchar.
La noche continuó con Javi haciéndonos dar vueltas por Malasaña sin decidirse por ningún bar. Ya eran casi las 3 cuando nos fuimos a otra zona cuyo nombre no recuerdo. Y nos pusimos en un bar que resultó que era de ambiente. Y esto Javi tenía que saberlo porque nos dejó y se marchó sin decir nada. Al final entramos en un local donde nos cobraban 10 EURAZOS con 1 copa. Víctor y yo lo dimos todo. Germán un poco menos. Y Javi creo que se estaba muriendo, porque solo había cenado un potito, había bebido mucho y se le estaba juntando todo con el hipo, me parece. Porque apenas hablaba.
En fin, regresamos a las 6 y pico a casa de Germán dormirla, que solo me quedaban dos horas para levantarme rumbo a casa.

Conversación destacada del segundo día:

Volviendo de nuestro paseo de tarde por las zonas (in)nobles de Madrid, Víctor y Germán se fijaron en el metro en una muchacha de pelo oscuro y ojos claros. Nada más abrirse las puertas del metro la chica salió corriendo a una velocidad inusitada. Todo esto a Germán le inspiró unos versos poéticos:

Germán: -El amor es como un vagón de metro.
Víctor: -Qué poético, Germán.
Josef: -En cuanto ha podido, esa chica ha huido de vosotros.
Germán: -Estoy pensando en mandarle un mensaje a ella con ese verso.
Josef: -Sí. Y que te responda: "¿Qué dices de metro?" Como Javi ayer.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE.


domingo, 14 de abril de 2013

Poggio Rusco guys: Madrid 2013 (Parte 1)

Cuando volví de mi estancia Erasmus en Ferrara, tenía un sentimiento encontrado. Por una parte deseaba regresar a casa. Disfrutar de un verano de no hacer nada, ya que por primera vez en casi una década no tenía que estudiar para septiembre. Por otro lado, la sensación de nostalgia, que me ha sobrevenido en varias ocasiones desde aquel julio de 2011, por una época que tenía claro que echaría de menos. Echaría de menos el paisaje italiano. Donde cualquier pequeño pueblo es patrimonio de la humanidad, con minúscula y puede llegar a ser considerado Patrimonio de la Humanidad, con mayúscula, por la UNESCO, como le ocurría a mi añorada Ferrara (debo ser de los pocos que todavía no ha regresado). Echaría de menos ir de una punta a otra de la ciudad en bicicleta. Quedar para jugar un partidito de fútbol sala. Echaría de menos coger cualquier tren y conocer Ravena, Venecia, Padua, Mantua o Verona, por ejemplo. Echaría de menos vivir con La chica que va de acá para allá, aunque volveremos a vivir juntos. Y sobre todo echaría de menos a la gente. Porque las ciudades me sobrevivirán. Porque con La chica que va a de acá para allá, afortunadamente voy a poder compartir muchísimas mañanas de despertarnos juntos. Porque al fin y al cabo hoy en día las ciudades tienden a tener servicio de bicicletas para moverse. Pero la gente. Bueno, la gente no siempre está ahí. Conoces a muchas personas y con algunas llegas a intimar más y realmente se les echa de menos. 
No voy a entrar a valorar a quien echo de menos más a menudo. Aunque me viene a la cabeza alguna persona que me lo preguntaría insistentemente, claro. Pero después de que Víctor y Germán vinieran a verme el fin de semana del mes de mayo del año pasado, no había vuelto a coincidir con nadie del año en Ferrara, salvo de pasada. Así que desde finales del verano estábamos intentando quedar para reunirnos nuevamente y reverdecer viejas conversaciones pendientes. Primero intentamos vernos para la feria de Salamanca. No pudo ser. Después intentamos vernos para la feria de Albacete, no pude ser. Uno a uno, fueron pasando los puentes de otoño sin posibilidad de vernos. Compromisos familiares o falta de dinero nos lo impedían. Y así, hasta que terminada la Semana Santa llegó la oportunidad de vernos en Madrid. Nosotros tres y Javi, que estudia arquitectura en la capital. Cuatro mejor que tres. Destacando la aparición especial de Alberto y señora, que estaban en la ciudad eligiendo destino para sus respectivas residencias en la sanidad española.

Este viaje fue inaugurado a golpe de pinta de cerveza a un euro. A tan solo veinticinco pasos del Congreso de los Diputados. Aunque primeramente el punto de reunión fue la zona de llegadas de Atocha Renfe, donde un doble de Víctor, más regordete que él, fue recibido con los honores reservados para el verdadero Víctor. Decía, pues que iniciamos un cerveceo terracil importante. Y que conviene recordar que tras el cerveceo, a Javi le entró hipo y no se le fue en todo el día. Fuimos a comer al Burger King McDonalds. A la hora de la siesta las cervezas iban haciendo su efecto (nos movimos entre el litro y medio y los dos litros de agua de cebada por barba) y fue justo cuando decidimos que era el mejor momento para ver el Museo Nacional del Prado. Donde pude hacer servir, por fin, mi condición de desempleado y entré gratis a la pinacoteca. Recuerdo que cuando vi el Descenso de la Cruz de Van der Weyden se me emborronaba un pelín la vista. Pero solo un pelín, ejem. A Víctor, a Javi y Germán, amantísimos del arte, les gustó la visita. Destacan especialmente a tres asiáticas que fueron persiguiendo de sala en sala, sin al parecer los resultados esperados. Mientras tanto, yo mentalmente intentaba hacer valer mi licenciatura en Historia del Arte y recordar las lecciones aprendidas sobre los cuadros vistos. Mi conclusión es que bebí demasiada cerveza.
Tras recorrernos el Prado fuimos al piso de la familia de Germán. Cuartel general de operaciones establecido. Situado en la periferia del barrio Salamanca (curiosamente Germán es oriundo de la misma ciudad de Salamanca), al lado de Las Ventas, ese matadero, digo esa plaza de toros tan famosa. Víctor y yo buscamos como locos sendas sucursales de nuestros respectivos bancos. Las encontramos. Las encontramos cuando ya habíamos sacado dinero en otro lado y nos habían clavado una comisión generosa por nuestra parte. Compramos la cena y para hacernos bocadillos porque días antes (en realidad solo un día antes) habíamos comprado entradas para el Real Madrid-Maccabi Electra de los cuartos de final de la Euroliga de baloncesto. Vimos el partido superbien, por las pantallas. Germán me pide que destaque la actuación de las cheerleaders. Que le pusieron el cuerpo rumbero y no dejó de bailar al ritmo de tan magnas coreografías en cada tiempo muerto. Víctor dice que recuerde que vio pasar a Helen Lindes, la novia de Rudy Fernández. Este hecho hizo plantearse a Germán su vida y por qué cojones él no sale con una que fuera Miss España. "Demasiado guapo", le oí concluir al cabo de unos minutos. Tras el partido nos fuimos a cenar. Tras cenar nos pusimos con el debate del estado de la nación. Que fue tan intenso que decidieron, decidimos quedarnos en casa y no salir de fiesta. Germán puso de fondo porno mal doblado. 

Lo tuvimos que quitar porque nos distraía de la conversación.

Conversación destacada del primer día:
Germán: -Javi, ¿vamos al Buda?
Javi: (mirada perdida al frente, ojos vidriosos, hipo insistente)
Germán: ¡Javi! ¡Qué si vamos al Buda!
Javi: (volviendo la cara hacía Germán, agobiado por el hipo, como si no le conociera) ¿Qué Buda? ¿Qué dices? 

Germán siguió a lo suyo, que eran las cheerleaders y Javi murió por hipo mientras seguía preguntándose que era eso del 'Buda'. Durante unas horas al menos.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

PD: Personalmente doy las gracias a Guillermo y familia por ofrecerme su habitual hospitalidad y acogerme la tarde del jueves. La próxima vez que vaya os dedicaré toda mi estancia como merece. besos y abrazos.





miércoles, 26 de septiembre de 2012

La Guerra (que ha terminado)

Una de las cosas que siempre se enseña en los libros de Historia es que cuando estalló la Primera Guerra Mundial los países combatientes tenían la plena convicción de que los soldados regresarían a casa victoriosos a tiempo para la cena de Navidad. Pues esta historia que os voy a contar tiene algo en común. Cuando pisé una universidad por primera vez para estudiar creí que en cinco años sería licenciado.

Y no fue así.

Decidí matricularme en la Licenciatura de Historia por la Universidad de Alicante en octubre de 2003. Ese verano David Beckham había fichado por el Real Madrid, que era campeón de liga, y a Vicente del Bosque no le renovaron el contrato por falta de glamour. Quien no vea las señales es porque no quiere. Además de todo esto, yo me había pasado el verano estudiando en la academia (de 9.00 de la mañana a 14.00 de la tarde) para aprobar Latín y Lengua de 2º de Bachillerato en septiembre (modalidad de Humanidades) y la PAU, en la que la única asignatura que suspendí fue Historia del Arte, tras considerar los profesores que me corrigieron que mi disertación sobre Francisco de Goya, su vida, su arte y la conexión entre ambas facetas no era, ni de lejos, correcta. Yo no sé si el Universo es casual o causal. Pero si sé que es un cachondo de narices.
Asistí mis primeros meses a la Universidad virgen. Ya me afeitaba y apenas tenía acné. Y si me pusiera a pensarlo ahora no sabría decir si salí al mundo o me metí en un tunel. Supongo que, como todo, pueden haber distintos enfoques y diversas respuestas, contradictorias entre sí. El caso es que la cosa no terminó de arrancar. Con el horario por la tarde, me pasaba las mañanas navegando por internet y volviéndome adicto a un CD de doscientos juegos de la NEO-GEO que me había grabado mi primo. En diciembre me apunté a esgrima y descubrí el placer de marchar hacía delante y romper hacía atrás con un florete en las manos. Algunos recuerdos de la Universidad de Alicante son muy buenos, hay que reconocerlo. Pero terminó ese primer curso y solo había aprobado cuatro asignaturas de diez (una de ellas en septiembre de 2004). El Real Madrid se descalabró en la final de la Copa del Rey, se descalabró en la Liga (perdió los últimos cinco o seis partidos), y se descalabró en Champions League, perdiendo contra el Monaco que lideraba un despechado Fernando Morientes. El siguiente curso, mientras el Madrid 'Galáctico' se atascaba yo no conseguía aprobar nada. Además me estrellaba como un tonto en lo que yo pensaba que era el amor y no lo era. Por lo menos ya no era virgen y alguna alegría me había llevado. El tercer curso, y para quien haya perdido la cuenta vamos ya por el 2005/2006, solo aprobé una asignatura. Eso sí, conseguí mantener una relación fuera de verano y más de un cuatrimestre con alguien de mi mismo municipio. Poco a poco la cosa despegaba. Falso. Llegó Mayo y con Florentino Pérez dimitiendo y el Madrid 'Galáctico' naufragando, lo que yo volvía a creer amor, nuevamente no lo era y se acabó. Y yo decidí acabar con esa carrera. Y decidí cambiar de aires. Decidí trasladarme a Murcia a estudiar Historia del Arte.

En Historia del Arte consigo aprobar en un solo curso más asignaturas que en tres años en Historia. Sigo a vueltas con el amor. Pero algo cambia. El Real Madrid gana de forma épica la liga 2006/2007 y y eso me huele a que por fin la mala suerte empieza a escasear. El segundo curso tiene doble lectura. O doble vertiente. Caída a los infiernos y salida del pozo, todo en uno. Además, de nuevo el Madrid gana la liga y el Barça le hace el pasillo. Llevo dos cursos y tengo aprobado el 66% de lo que me había matriculado. Lejos de la perfección. Pero todavía más lejos del sótano académico al que me había acostumbrado. Sube la moral. Lleno mis apuntes de dibujos. Me libro de vampiros emocionales, me meto en la comisión de fiestas de la Facultad de Letras, desparramo, soy el rey del mundo y... conozco a La chica que va de acá para allá, y no me vais a creer. Pero durante un segundo el mundo se paró. 
Durante el tercer curso en Historia del Arte, 2008/2009,  igual que, según Zapatero, pasaba con España entré en desaceleración. Me resguardaba más y le dediqué más tiempo a estudiar pero no pude evitar suspender medio curso. Y una duda creció en mi interior: "¿debería haber estudiado Bellas Artes?" Esa duda me va a seguir hasta el final. Tanto es así que de repente comencé una contrarreloj por terminar y dedicarme a dibujar. Tomé la decisión de no matricularme en cuarto y dedicarme a aprobar las asignaturas sueltas que me habían ido quedando por ahí. Nace el concepto de Estudiante Nómada. Atravieso cursos de forma vertical y no permanezco en ningún aula. No hago piña con compañeros. Los pasillos acogen mis pasos de una clase a otra. Y cada vez,  deseo más escapar y dedicarme a dibujar. En esas llega el año de beca Erasmus. Que me permite conocer bien el norte de Italia y sacarme fácilmente todo cuarto. Y llega quinto, curso 2011/2012. Y con él me reto a mi mismo a aprobar 78 (setenta y ocho) créditos para, después de nueve años, salir por fin de la universidad. La universidad se ha convertido en una cárcel. En algo que no era para mí. Pesan los cursos. Los fracasos. La sensación de tiempo perdido. El deseo de querer dedicarme solo a dibujar. Y me dispongo como nunca a entrar a clase. A estudiar casi cada tarde. A echarle todas las horas que pueda. A no pensar en otra cosa. Y apruebo nueve asignaturas al final de junio de 2012. Y me preparo las tres que me quedan a conciencia durante el verano. Y solo consigo aprobar dos. Me queda una con un cuatro. Voy a hablar con el profesor. Sin ánimo de súplica. Con ánimo de ver donde he fallado. Y me vuelvo a retar y me digo: "Casi lo has conseguido. No está mal once de doce. En enero la aprobarás con sobresaliente".  Y...


Y una semana después abro el campus virtual para imprimir el recibo de matrícula (de esa sola asignatura) para pagarlo en el banco. Y tengo una nota del profesor diciéndome que se lo ha pensado mejor y que cree que es justo aprobarme y que mi aprobado está subido en el acta. Y entonces yo me digo: "pero...estaba dispuesto a aprobarla bien. Estaba dispuesto a clavar el examen, el trabajo, lo que fuera". Pero a la vez comprendo que he salido de mi cárcel. Que soy libre y que la libertad es dura, y extensa y salvaje. Pero es libertad y me he demostrado a mi mismo que soy capaz de enfrentarme a cosas que no se me dan bien y tener la disciplina de intentarlo. Y ahora solo quiero dedicar mi tiempo a conseguir lo que quiero. Aunque cueste. Aunque el camino no sea recto. Porque hace tiempo que sé que es lo que quiero y tengo toda la vida para conseguirlo y que por fin. Por fin, por fin...

la guerra ha terminado.












PD: Mi licenciatura está dedicada a cuatro personas;
A mis padres, que han creído en mi y la han financiado contra viento y marea. 
A Mirmana, por estar siempre al otro lado del teléfono, aunque fueran las doce de la noche y ella tuviera que levantarse al día siguiente a las siete de la mañana. ¡O a las seis!
A La chica que va de acá para allá, porque desde el principio se ha tomado mi carrera como si le fuera la vida en ello y me ha apoyado, me ha consolado y me ha reñido solo para que yo apruebe.








sábado, 22 de septiembre de 2012

El resumen de septiembre

No ha podido ser. Después de pasarme el verano estudiando el balance de los exámenes es negativo. No muy negativo, pero sí negativo. Por decirlo en términos futboleros, en los tres encuentros -exámenes- disputados, he cosechado una victoria, un empate y una derrota. Así que no me queda más remedio que finiquitar en enero/febrero de 2013 lo que no he sido capaz de terminar en septiembre de 2012. Esto es como la medalla de plata en una final de deporte de equipo en los JJOO. Con el tiempo sabrá bien, pues he conseguido superar 72 créditos de los 78 que me matriculé hace exactamente un año. Pero ha sido un año difícil, donde me he dejado todo y donde ha quedado patente que yo no estoy hecho para estudiar una carrera universitaria. Pero aunque todas las personas que si estén hechas para estudiar una carrera universitaria, incluso aquellas que no lo estén y piensen que no se debe estudiar una carrera universitaria porque sí, solo he decirles que a veces uno tiene que demostrarse cosas y ese ha sido mi caso. 
En el saco bueno he recogido algo que no esperaba. Y es reconciliarme con la Historia del Arte. Los primeros años empecé muy a gusto y con ganas de aprender. Pero sucedió que todo acabó degenerando en una carrera por superar créditos a una velocidad que me impedía ver el paisaje. Quizá se deba a mi nomadismo como estudiante. Esa soledad que implica esa condición de estudiante nómada te acaba convirtiendo en un superviviente que malvive y no disfruta. Eso no es bueno. Somos animales sociales y necesitamos intercambiar conocimientos para no sentirnos solos. Al menos es lo que me ha ocurrido a mi. Es bueno terminar algo con un buen sabor de boca, aunque no sea excesivo. He terminado conociendo gente que tiene verdadero interés por esta disciplina y que transmiten unas ganas de enseñar la y conocerla mejor que no se puede soportar. A ellos me quiero arrimar, para no perder el contacto con algo que ha formado parte de mi vida más de seis años.

Hasta el momento eso es todo. Contaré más novedades en los próximos días.

sábado, 1 de septiembre de 2012

"He aquí que aquí veo"


Me vais a permitir dos cosas. La primera es la alusión del título a ese fragmento de los poemas odínicos (según he leído en internet) que se cita un par de veces en la película ‘El guerrero nº13’, que no pasará a la historia del cine pero es un notable entretenimiento palomitero de sábado por la tarde. Para los pocos que no la hayáis visto baste deciros que los protagonistas del filme recitan ese fragmento siempre antes de entrar en batalla y en él describen como familiares y antepasados fijan sus ojos en ellos, guerreros vikingos, y en si muestran la valentía necesaria para ganarse el derecho a descansar eternamente en Valhalla el paraíso heavy. Digo, el paraíso vikingo. La segunda concesión que quiero que me permitáis es la de ponerme melancólico por (pen)última vez.
La culpa no es del poema en cuestión. La culpa es de haberlo recordado estos días. Estos días en los que estoy de humor alterable. Tan pronto eufórico como enfadado. Tan pronto ilusionado como agobiado. De repente bien y enseguida mal. “¿Te ha venido la menstruación?” Diréis algunos. No pero casi: estoy de exámenes. Y el problema no es que sea un período más de exámenes. El problema es que probablemente sea el último período de exámenes. Y no es que me entristezca no asistir a más exámenes universitarios. Todo lo contrario. El problema es que estoy deseando aprobarlos de una vez y hacer un corte de mangas al salir del aula. Ha sido tanto mi empeño en esta deseo que llevo desde el 19 de julio (¡19 de Julio!) estudiando. A mi manera claro. Que es bastante constante pero irregular al mismo tiempo. Todos los días, sí, pero con ese desorden crónico que convive conmigo cuando La Chica Que Va de Acá Para Allá anda lejos. Y lo que ocurre, creo yo, es que nunca me había empeñado tanto en terminar algo y eso me produce hasta taquicardias. Y hace que ande por el pasillo de mi casa como si viviera en el siglo XIX y yo me acabara de enamorar de una muchacha socialmente inaccesible para mí.
Así que sí. Tengo ganas de aprobar y decir: “¡Universidad, que te den!”. Lo que ocurre es que ese corte de mangas conlleva algo más. Y todo por el simple hecho de no ser de Murcia. Y es ahora cuando describo mi melancolía. Yo vine a Murcia en 2006 a enderezarme. A dejarme de hostias y convertirme en adulto. A no andar trabado con asuntos de adolescentes cuando ya pasaba los veinte. A ponerme las pilas y prepararme para el futuro. Y creo que lo he conseguido, medianamente (fiel a mi estilo), pero eso ha significado recoger un bagaje por el camino que incluyen seis años, mucha gente y situaciones de todos los colores. Vamos, que me da pena, penita, pena, irme de Murcia. Me da pena porque La Chica Que Va De Acá Para Allá se queda aquí y a mi me gustaría quedarme con ella. Y aunque nos vayamos a ver en cada hueco libre que tengamos y todo esto sea provisional, pues se hace duro no comer con ella cada día y dormir juntos cada dos. Pena porque una vez más siento que cierro una época mil veces contada. En la que he definido lo que soy. No lo que veis vosotros, sino lo que soy yo. Lo que proyecto cuando me veo en el espejo. Llevo todo el verano saliendo a correr por mi pueblo y es terriblemente pequeño. No hay callejuelas. No hay bares. No hay bazares de chinos. Si hay kebabs, de eso no me puedo quejar. Aunque apenas vaya a comer a ellos. Lo único divertido será cuando salga a correr este invierno pasadas las once, con todo el pueblo desierto, para mi. Recordando las mil y una veces que he andado por Murcia con las calles recogidas.
No obstante, prometo que será la (pen)última vez que hablaré de la nostalgia que me produce dejar Murcia. Es el momento de prepararme para la batalla final.


El Guerrero nº13

domingo, 19 de agosto de 2012

Anillos

En el verano que he decidido bautizar como Verano de la Encrucijada por el hecho de estar estudiando para finiquitar mi licenciatura y poder pasar a otro asunto como quien espera a que el semáforo se ponga en verde en medio del desierto en alguna película de esas de poco diálogo, poca música y mucha mirada hay pocas ocasiones para la distensión y el divertimento. La chica que va de acá para allá se fue a Inglaterra para aprender el herético idioma de Shakespeare por si tenemos (o tiene) que huir a tierras protestantes para ganarnos las habichuelas. Suple su lugar para mis chascarrillos y mis bromas de tocar las narices durante estos meses Mirmana, quien lo lleva con menos resignación de la que debiera tener ya estas alturas del cuento. Y yo me aburro más que una ostra, pese a que he ido al cine tres veces. No solo ninguna de esas películas me va a cambiar la vida, sino que además hay una por la que me hubiera gustado soltarles un contundente par de sopapos a cada uno de sus responsables. Pero hubo un día a mitad de camino entre julio y agosto en el que Mirmana y yo decidimos ir a comprarnos ropa. Por la mañana a pleno sol. Con dos cojones. ¡Si, señor!

Esta anécdota comienza como tantas otras, pero al revés. Por una vez, Mirmana, que en verano es siempre menos puntual de lo que asegura ser en invierno, decidió madrugar  y a las diez de la mañana ya llevábamos una hora en el centro urbano de Alicante, desayunados y despejados, dispuestos a gastar nuestros suntuosos dineros en trapos. Bueno, en realidad no fue así. La cosa era que yo necesitaba un par de pantalones cortos y ella me acompañaba para aconsejarme como cuando yo tenía quince años. Pero en estos trece años yo no contaba con que Mirmana hubiera notado tanto los efectos de pasarse casi una década trabajando al servicio de la administración pública intentando enseñar a niños de dudoso nivel de atención a manejarse con algún conocimiento medio por la vida. No quiero dejarla como un ser básico y primario. Sobre todo no quiero después de ser amenazado por ella: 

-"Pero no me dejes como un ser básico y primario".

Pero me debo a la verdad. Bueno no siempre. La mitad de las cosas que cuento son alteraciones de la verdad. Pero está juro que si es verdad. Lo juro, lo juro, lo juro. Mirmana tiene un grave problema cuando va de compras. Se siente irremediablemente atraída por un tipo de objetos con tres características: pequeño, empaquetadito y de colorines llamativos. Cada vez que entrábamos en una sucursal de Inditex ella escapaba corriendo de mi control hacía el centro del local al grito de:

-"¡Andá! ¡Tarritos minúsculos de colores!"

Y metía la mano en la cesta como experimentando una súbita sensación de placer y alivio intentando coger el más minúsculo, el más llamativo y el mejor empaquetadito. Todo eso a la vez. Pero ahí no acaba todo. Mirmana ha estado varios años en centros cuya presencia de niños y adolescentes calés era realmente abundante. Se ha empapado bastante de su cultura, de sus formas de proceder y de sus más anhelados deseos. Tal es así, que ya salíamos de la tienda camino del coche cuando vio un estante hacía el que no pudo reprimir una exclamación de alegría:

-"¡Andá! ¡Anillos!"

Que me devuelvan a Mirmana, esa que mantenía la compostura ante cualquier situación y que me la devuelvan ya. Por favor.