Un cielo despejado y un viento de final de invierno. París se prepara para la primavera.
La historia ha sido generosa con París. Mil anécdotas e historias recorren sus calles. Tantas suelas han pisado sus aceras que pensar en un número finito se antoja imposible. Inabarcable. La anatomía de la ciudad es simple, pero bella. Y se repite hasta la saciedad. De esa multiplicación nace la belleza que tanto tiempo lleva deslumbrando a quien la visita. París suena a elegante armario que guarda distintos trajes para la ocasión. El traje para la noche, la camiseta para el estadio, el corpiño para el prostíbulo, la sudadera para sus calles. Llena de cubículos. Huele a pan recién hecho y a queso fundido. Parece una nave recién botada.
Navega sin ser nunca sumergida.
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